Autoestima: Ansiedad y depresión

Aunque todos intuimos lo que es ¿podría darnos una definición de la autoestima?

 

Refleja la opinión que tenemos de nosotros mismos, y el valor que nos concedemos como personas. La autoestima es el grado de amor o estima que sientes hacia ti mismo. Ésta se va construyendo a lo largo de toda la vida, desde la infancia hasta la edad adulta, y supone un sello que nos acompaña toda la vida.

La percepción que tenemos sobre nosotros mismos en la edad adulta está profundamente marcada por las experiencias tempranas.

A menudo nos encontramos con personas que no se sienten válidas y en realidad son muy competentes. Al revisar esas vidas con frecuencia encontramos una educación que valora más los fracasos que los éxitos; se trata de personas que han crecido bajo la crítica.  Esto  paraliza y bloquea y conlleva la pérdida de oportunidades profesionales y personales.

 

¿Cómo puedo medir el nivel que yo tengo?

 

Una forma sencilla sería analizar tu estilo de comunicación:

El estilo de comunicación conocido como asertivo es indicador de un adecuado nivel de autoestima.
Se trata de que analices si te comunicas expresando lo que sientes y lo que piensas. Si  respetas tus derechos pero también respetas los derechos de los demás. O si por el contrario, das preferencia a los demás a costa de tu bienestar.  Mira si te sientes segura/o, capaz de tomar decisiones. Si esto falla tu autoestima no te esta permitiendo llevar la vida a la que puedes aspirar   

¿Y cuales son los estilos de comunicación que indican que tenemos una mala autoestima?

 

Podríamos definir 2 estilos diferentes: el estilo de comunicación pasivo o inseguro y el agresivo. El primero antepone las necesidades de los demás a las suyas propias sin tener en cuenta sus derechos y necesidades mientras que el segundo impone su opinión sin tener en cuenta las necesidades de los otros (ambos estilos reflejan baja autoestima). Son personas que no se respetan ni a sí mismos ni a los demás, pierden oportunidades, se hieren, se sienten solas, tensas y sin control. Emociones como la ira, la ansiedad y la tristeza son frecuentes en ellos.

 

Esto de la asertividad tiene mucha miga

 

Sí. Es natural que la gente se frustre y se deprima si atiende a las necesidades externas en vez de a las suyas propias, si actúa en función de lo que los demás esperan y no de lo que ellos mismos sienten.

Y es que nadie es capaz de querer y respetar a los demás si previamente no lo hace consigo mismo.

 

Realmente ¿la ansiedad o depresión pueden ser debidas a una baja autoestima?

 

En muchos casos si. Tener una baja autoestima hace que no nos sintamos bien con nosotros mismos y esto nos hace vulnerables a experimentar sentimientos de ansiedad y un bajo estado de ánimo. Es un factor negativo añadido a la hora de que se desencadenen alguno de estos trastornos. Una sana autoestima es incompatible con la ansiedad o tristeza a no ser que algún hecho externo (muerte de algún ser querido, una situación laboral complicada, rupturas sentimentales, etc) los desencadene. Y si éstos suceden una buena autoestima va a contribuir a que podamos afrontarlos con mayor capacidad y temple.

Consecuencias Emocionales del que no aplica sus derechos: Ansiedad, Depresión, Frustración, Ira.

 

¿En qué otros aspectos pueden manifestarse negativamente.?

 

El que más sufre es la propia persona, pero también influye negativamente en todo su entorno. A nivel familiar se puede establecer una comunicación negativa tanto con la pareja como con los hijos, que fomente la separación en vez de la unión familiar.  Y a nivel social se pueden deteriorar las relaciones con amigos por no atreverte a expresar lo que sientes o hacerlo de un modo agresivo.

 

¿Y en el trabajo?

 

En el trabajo puede haber dificultades a la hora de defender una postura, liderar de forma eficaz o resolver algún conflicto con un compañero, no confiar en uno mismo a la hora de aspirar a mejoras laborales etc.

Como se puede ver tanto la relación que establecemos con nosotros mismos y con nuestro entorno, con una baja autoestima, puede tener consecuencias muy negativas limitándonos enormemente y haciendo que perdamos oportunidades que podemos estar capacitados para llevar a cabo.
 

Volviendo a la autoestima; ¿puedo modificarla a estas alturas, a pesar de mi edad?

 

Por supuesto. No importa tanto la edad como el que se tome consciencia de que se puede vivir mejor y más feliz. Existen herramientas eficaces para ello con independencia de la edad.

Todos podemos aprender a ser asertivos, a querernos y respetarnos para estar bien tanto con nosotros mismos como con nuestro entorno.

 

¿Cual sería el método para cambiar?

 

Realizamos un estudio personalizado, delimitamos los objetivos que queremos alcanzar,  detectamos el estilo de comunicación y proporcionamos las herramientas necesarias para realizar el cambio necesario (ser asertivo, realista, seguro, capaz de decidir en función de mis necesidades etc.).

Entender porqué se está actuando de determinada manera y tomar conciencia para empezar a introducir cambios. Se trata de dar las herramientas necesarias para llevar a la práctica cambios en nuestro comportamiento (distinta forma de realizar críticas, de pedir algo, de negarse sin sentimiento de culpa, etc.) . Cada cambio incita nuevos cambios, nuevos progresos que generan una gran satisfacción a la persona. Las habilidades aprendidas se interiorizan y te acompañan toda la vida  

 

Para terminar, ¿qué podemos hacer si vemos que nuestra calidad de vida o nuestras acciones están muy condicionadas por una baja autoestima?

 

Si tienes el privilegio de darte cuenta apuesta por ti, busca un psicólogo realmente especialista y empieza a trabajar, porque seguro que conseguirás cambios que te producirán una gran satisfacción tanto a ti como a tu entorno.

Pierde el miedo a tus síntomas físicos

Los síntomas físicos de la ansiedad cumplen una función específica en la «lucha y la huida». Cada uno de ellos responde a una reacción de nuestro organismo orientada a hacer frente con éxito a una amenaza. Así, por ejemplo, la sensación de mareo y la dificultad para respirar que en ocasiones podemos sentir cuando aumenta la ansiedad, responden a la hiperventilación (el aumento del nivel de oxígeno y la disminución del dióxido de carbono). Lo mismo ocurre con el aumento de la sudoración, cuya función principal es enfriar nuestro cuerpo, así como resultar escurridizos a un posible «perseguidor». Y así podríamos ir enumerando todos y cada uno de los síntomas físicos de ansiedad (véase la tabla en la introducción de este capítulo).

 

Probablemente pensarás: «Sí, están orientados a la “lucha y la huida”, pero son muy desagradables y, además, al aparecer de forma inesperada, me asustan y me provocan el pánico». Efectivamente, esto es lo que suele ocurrir, y además es lo que, en muchas ocasiones, provoca el inicio de un trastorno de ansiedad.

 

Si tienes miedo a volar, ¿qué haces? Decides no viajar en avión, ¿verdad? ¿Y si temes las alturas? ¿Y si te dan miedo los ascensores? Seguramente todas las respuestas irán encaminadas a evitar esa situación. Lo mismo sucede con los síntomas físicos de la ansiedad. Si tememos que aparezca un síntoma de ansiedad (por ejemplo mareo, sensación de ahogo o sudor), bien porque nos resulta desagradable o porque es embarazoso, tenderemos a evitar todas aquellas situaciones donde se puedan dar (por ejemplo, ir al gimnasio, las entrevistas de trabajo, cenas con amigos, viajar, ir al centro comercial, etc.). ¿Y qué conseguimos con ello? En realidad estamos aumentando nuestra «percepción de amenaza» respecto a ese síntoma, estamos aumentando nuestra creencia de que esa amenaza es real, de que si voy allí o hago esto o lo otro, el síntoma se producirá, y lo que consigo en realidad es aumentar la probabilidad de que aparezca (ya que a más percepción de amenaza mayor nivel de ansiedad). Yo mismo estoy alimentando a mi enemigo. Síntomas físicos de la ansiedad

 

Recuerda que los síntomas de ansiedad son completamente inofensivos y que, si no los alimentas con pensamientos catastróficos (como por ejemplo «me voy a desmayar», «me voy a ahogar», «todos notarán que estoy sudando» o «voy a perder el control») esos síntomas se esfumarán en breves momentos.

 

Exponte a los síntomas

 

Si detectas que, por miedo a que aparezca algún síntoma físico de ansiedad, estás dejando de realizar alguna actividad o estás en continuo estado de alerta máxima, te recomendamos que dejes de evitar situaciones; empieza progresivamente a exponerte a todo aquello que has ido evitando, y cuando aparezcan los síntomas recuerda todo lo que te hemos ido explicando:

  • Los síntomas de ansiedad, por muy desagradables que sean, son inofensivos.
  • Puesto que están orientados a la supervivencia, no tendría sentido que te provocaran ningún daño.
  • Si no los alimentas con pensamientos catastróficos falsos, desaparecerán enseguida.
  • No te marques como objetivo que los síntomas desaparezcan (puesto que así probablemente se intensificarán). Márcate como objetivo perderles el miedo.
  • La mejor manera de perderles el miedo es exponerte a ellos. ¿Cómo? Enfrentándote a aquellas situaciones donde temes que aparezcan (ir al gimnasio, exponerte a situaciones sociales, etc.). Así te irás convenciendo de que tus temores («me voy a desmayar», «tendré un ataque al corazón», «me despreciarán porque sudo»,  etc.)  son falsos y, por tanto, se irán desvaneciendo.

Hazlo gradualmente pero sin pausas. Aumenta cada semana el nivel de exposición, de forma gradual pero constante. Probablemente los primeros días no será muy divertido, pero la repetición de enfrentarte a estas situaciones es la única solución para que puedas volver a disfrutarlas en breve. Haz una lista de tareas y márcate objetivos realistas para cada semana y no dejes de practicar. Tu calidad de vida está en juego, solo tienes que practicar.

 

Nota importante: Evitar situaciones por miedo a los síntomas suele ser un indicador de trastorno de ansiedad. Si ves que no eres capaz de perder el miedo a los síntomas y de exponerte con éxito a ellos sin ayuda, te recomendamos que no demores tu consulta a un profesional; con su ayuda, mediante unos ejercicios sencillos, lograrás perder el miedo a la ansiedad en poco tiempo.

 

La mejor manera de que tus temores se desvanezcan es enfrentándote a ellos.

Aprende a gestionar tus síntomas físicos.

La ansiedad es una emoción orientada a la supervivencia, a salvaguardarnos de posibles amenazas. Para ello, es necesaria una respuesta física (de activación general de nuestro organismo), una respuesta mental (nuestros pensamientos se concentran únicamente en la posible amenaza y en cómo hacerle frente) y una respuesta a nivel conductual (que, en función de cómo valoremos la amenaza, nos puede llevar a evitar o afrontar la situación).


Vamos a dedicar este apartado a proporcionarte una serie de estrategias orientadas a gestionar los síntomas físicos de la ansiedad. Como decíamos, las palpitaciones, la tensión muscular, la dificultad para respirar, los mareos o la visión confusa, son síntomas físicos habituales de la ansiedad. Por lo tanto, todos y cada uno de ellos se pueden explicar a partir del instinto de lucha y huida.

 

A continuación verás una tabla en la que enumeramos los síntomas más frecuentes y su explicación en el proceso de lucha y huida. Por muy desagradables que estos síntomas te puedan resultar, no van a causarte ningún daño. ¡Son inofensivos! ¡Están orientados a la supervivencia! El objetivo es que aprendas a gestionarlos y que les pierdas el miedo para que no interfieran en tu calidad de vida y no se cronifiquen (evitando así problemas futuros).

 

SÍNTOMAS FÍSICOS DE LA ANSIEDAD

SU CAUSA REAL

Alteraciones digestivas (aumento o disminución del apetito, náuseas, diarrea, mariposas en el estómago, sequedad de boca, gases…).

La digestión «secuestra» mucha sangre que reclama el aparato digestivo y la desvía de los músculos. En caso de amenaza, esa sangre retorna a los músculos, que deben estar preparados para la lucha y la huida. Es por ello que, cuando la ansiedad es elevada, el sistema digestivo se altera para acelerar al máximo la digestión o retrasarla.

Sudoración.

Puesta en marcha del sistema de enfriamiento de nuestro organismo. También seremos más resbaladizos para nuestro depredador, cosa que favorecerá la huida.

Tensión muscular (dolores, contracturas, rechinar de dientes, agarrotamiento, temblores, hormigueos, adormecimiento, pinchazos, opresión en el pecho…).

Si tuviéramos que hacer frente a una amenaza real, la tensión en nuestros músculos los haría más ágiles para la lucha y la huida.

Cefaleas, jaquecas.

Contractura de cervicales debido a la tensión muscular.

Palpitaciones, taquicardia.

Nuestro corazón trabaja con más fuerza para enviar más sangre a las zonas del cuerpo implicadas en la lucha y huida, volviéndolas más eficaces.

Alteraciones del sueño (insomnio, despertarse sobresaltado, desvelarse fácilmente, pesadillas, somnolencia).

Nuestro organismo solo se abandona al sueño cuando no se siente amenazado. Mientras dormimos somos muy vulnerables y no hay posibilidad de lucha ni huida. Es por ello que, cuando la ansiedad es elevada, es normal que el sueño se vea alterado.

Alteraciones dermatológicas (erupciones, aumento de la tendencia a padecer problemas de piel). Enrojecimiento de la cara u otras partes del cuerpo, palidez.

La piel es la prolongación periférica del sistema nervioso. Muchas de las alteraciones dermatológicas pueden ser desencadenadas o agravadas por el estrés. El estrés también provoca la liberación de sustancias que dilatan nuestras arterias para que fluya mejor la sangre. Esas sustancias pueden enrojecer nuestra piel. Si el miedo es súbito e intenso, la sangre intenta proteger órganos vitales como el corazón y el cerebro, y deja la periferia de nuestro cuerpo desabastecida y pálida.

Problemas de visión, percibir las cosas de forma extraña (inestabilidad, mareos, vértigo, ver «lucecitas»).

La dilatación de las pupilas aumenta la visión periférica, facilitando la percepción de posibles peligros. El aumento de oxígeno debido a la hiperventilación puede generar sensación de mareo e inestabilidad.

Sensación de ahogo, ganas de suspirar, nudo en la garganta.

Al percibir una amenaza, se pone en marcha la hiperventilación (lo contrario de asfixia) para obtener mayor cantidad de oxígeno en la sangre y ser más eficaces en la lucha y la huida. Esto puede generar la sensación de que no entra más oxígeno, aunque lo que ocurre realmente es que tenemos en exceso.

Cansancio, agotamiento.

Mantenimiento prolongado de la tensión muscular. Falta de sueño profundo y reparador.

Pérdida del apetito sexual o dificultades sexuales.

El sistema sexual no tiene ninguna implicación en la lucha y la huida. Por este motivo,  cuando la ansiedad es elevada, es normal que éste se altere.

Agitación interna.

Fruto de la activación general que se pone en marcha en nuestro organismo para hacer frente a la amenaza.

Sofocos, escalofríos.

Aumento de la temperatura de las zonas vitales provocado por la liberación de sustancias en nuestro organismo que nos preparan para la lucha.

Miedo a los síntomas físicos.

Temer los síntomas físicos de la ansiedad provoca una focalización de la atención en ellos y nos hace más sensibles a cualquier síntoma o sensación física. Cuando interpretas los síntomas de ansiedad como peligrosos, tu ansiedad se dispara aún más, ya que el mensaje que estás enviando a tu cerebro es de «peligro», con lo que se mantiene la respuesta de lucha o huida activada (por tanto tus síntomas se disparan, se incrementan y se mantienen en el tiempo).